viernes, 5 de febrero de 2010

Nuestra América

Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891.
El Partido Liberal,
México, 30 de enero de 1891.

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete legua! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos «increíbles» del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!

Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver.Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que habían izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota y potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen-, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.

Pero «estos países se salvarán», como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide «a que le hagan emperador al rubio». Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre la olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego de triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. «¿Cómo somos?» se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se echa por al hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.

De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encara y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.

No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

miércoles, 21 de mayo de 2008

El hombre más alto de Cuba

El 21 de mayo de 1953, hace hoy 55 años, se situó el busto de José Martí en el Pico Real del Turquino, en el año de su centenario, a una altura de 1974 metros sobre el nivel del mar.

La obra, de la escultora Jilma Madera, fue fundida en bronce y colocada en la cresta de la montaña más alta de Cuba por un grupo de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano y los del Instituto Cubano de Arqueología, representados por el doctor Manuel Sánchez Silveira y su hija Celia Sánchez, más tarde Heroína de la Revolución.

Hay una frase simbólica de Martí, exactamente ubicada en la base del busto: “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad.”

Cuenta la historia que la iniciativa salió del grupo donde se encontraba el doctor Manuel Sánchez Silveira, quien fuera cirujano dentista, espeleólogo, historiador, arqueólogo y aficionado a la escultura y, por encima de todo, un gran defensor de los campesinos en la zona del entonces central Isabel, en Media Luna.

En 1953, Silveira y los demás integrantes de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano, pensaron originalmente inaugurar el busto de Martí en el Turquino el 28 de enero de ese año, pero por dificultades que se presentaron en el traslado de materiales hacia la mayor elevación de Cuba, y la localización del personal que se ocupara de construir la base necesaria, la obra no pudo concluirse hasta un tiempo después. Resueltos los problemas, decidieron emprender el viaje el 19 de mayo. Al día siguiente iniciaron el ascenso desde Ocujal, donde arribaron por mar, y llegaron al Turquino el 21.

Cabe recordar que en su vasta obra nuestro Héroe Nacional habló o escribió acerca de la relación metafórica entre las alturas de las montañas y la de los hombres. Por ejemplo, dejó plasmado que :“La montaña acaba en pico: en cresta la ola empinada que la tempestad arremolina y echa al cielo, en copa de árbol y en cima ha de acabar la vida”. También en otras ocasiones reitera la idea de cómo se debe mantener siempre en ascenso la trascendencia de la propia existencia humana.

Desde hace varios años, alcanzar la cima del Turquino, es una experiencia única para miles de jóvenes destacados en nuestro proceso, y motivo especial para honrar al Maestro, pues ascienden, como reconocimiento porque se distinguen con su prestigio en diferentes sectores de la nuestra sociedad. En su trayecto, recorren los principales escenarios de la lucha revolucionaria.

La tradicional escalada en estos tiempos rememora la hazaña de los Cinco Picos, protagonizada por la juventud de los primeros años de la Revolución, en su empeño por ingresar a la Asociación de Jóvenes Rebeldes, predecesora de la Unión de Jóvenes Comunistas.

 

 

 

viernes, 1 de febrero de 2008

Abdala

Habana, 23 de enero de 1869.
Imp. y Lib. El Iris, Obispo 20 y 22.

Personajes
Espirta, madre de Abdala.
Elmira, hermana de Abdala.
Abdala.
Un senador.
Consejeros, soldados, etc.
La escena pasa en «NUBIA».2

Escena primera
Abdala,3 un senador y consejeros.4
Noble caudillo: a nuestro pueblo llega
Feroz conquistador: necio amenaza
Si a su fuerza y poder le resistimos
En polvo convertir nuestras murallas:
Fiero pinta a su ejército5 que monta
Nobles corceles de la raza arábiga;
Inmensa gente al opresor auxilia,
Y tan alto es el número de lanzas
Que el enemigo cuenta, que a su vista
La fuerza tiembla y el valor se espanta:
Tantas sus tiendas son, noble caudillo,6
Que a la llanura llegan inmediata,
Y del rudo opresor ¡oh Abdala ilustre!
Es tanta la fiereza y arrogancia
Que envió un emisario reclamando
Rindiese fuego y aire, tierra y agua!
Pues decidle al tirano que en la Nubia
Hay un héroe por veinte de sus lanzas:
Que del aire se atreva a hacerse dueño:
Que el fuego a los hogares hace falta:
Que la tierra la compre con su sangre:
Que el agua ha de mezclarse con sus lágrimas.
Guerrero ilustre: calma tu entusiasmo!7
Del extraño a la impúdica arrogancia
Diole el pueblo el laurel que merecían
Tan necia presunción y audacia tanta;8
Mas hoy no son sus bárbaras ofensas
Muestras de orgullo y simples amenazas:
Ya detiene a los nubios en el campo!
Ya en nuestras puertas nos coloca guardias!
¿Qué dices, Senador?
—Te digo ¡oh, jefe
Del ejército nubio! que las lanzas
Deben brillar, al aire desenvuelta
La sagrada bandera de la patria!—
Te digo que es preciso que la Nubia
Del opresor la lengua arranque osada,
Y la llanura con su sangre bañe
Y luche Nubia cual luchaba Esparta!—
Vengo en tus manos a dejar la empresa
De vengar las cobardes amenazas
Del bárbaro tirano que así llega
A despojar de vida nuestras almas!—
Vengo a rogar al esforzado nubio9
Que a la batalla con el pueblo parta
Acepto, Senador. Alma de bronce
Tuviera si tu ruego no aceptara.
Que me sigan espero los valientes
Nobles caudillos que el valor realza,
Y si insulta a los libres un tirano
Veremos en el campo de batalla!
En la Nubia nacidos, por la Nubia
Morir sabremos: hijos de la patria,10
Por ella moriremos,11 y el suspiro
Que de mis labios postrimero salga
Para Nubia será, que para Nubia
Nuestra fuerza y valor fueron creadas.12
Decid al pueblo que con él al campo
Cuando se ordene emprenderé la marcha;
Y decid al tirano que se apreste,—
Que prepare su gente,—y que a sus lanzas13
Brillo dé y esplendor. Más fuertes brillan
Robustas y valientes nuestras almas!
Feliz mil veces ¡oh valiente joven!
El pueblo que es tu patria!
—Viva Abdala!—
(Se van el senador y consejeros.)
Escena segunda
Abdala.
¡Por fin potente mi robusto brazo
Puede blandir la ruda cimitarra,
Y mi noble corcel volar ya puede
Ligero entre el fragor de la batalla!14
Por fin mi frente se ornará de gloria!
Seré quien libre a mi angustiada patria,
Y quien le arranque al opresor el pueblo
Que empieza a destrozar entre sus garras!
Y el vil tirano que amenaza a Nubia
Perdón y vida implorará a mis plantas!
Y la gente cobarde que lo ayuda
A nuestro esfuerzo gemirá espantada!
Y en el cieno hundirá la altiva frente
Y en cieno vil enfangará su alma!
Y la llanura en que su campo extiende
Será testigo mudo de su infamia!
Y el opresor se humillará ante el libre!
Y el oprimido vengará su mancha!
Conquistador infame, ya la hora
De tu muerte sonó: ni la amenaza,
Ni el esfuerzo y valor de tus guerreros
Será muro bastante a nuestra audacia.
Siempre el esclavo sacudió su yugo,—
Y en el pecho del dueño hundió su clava
El siervo libre: siente la postrera
Hora de destrucción que audaz te aguarda,
Y teme que en tu pecho no se hunda
Del libre nubio la tajante lanza!—15
Ya me parece que rugir los veo
Cual fiero tigre que a su presa asalta.
Ya los miro correr: a nuestras filas
Dirigen ya su presurosa marcha:
Ya luchan con furor: la sangre corre
Por el llano a torrentes: con el ansia
Voraz del opresor, hambrientos vuelven
A hundir en sus costados nuestras lanzas
Y a doblegar el arrogante cuello
Al tajo de las rudas cimitarras:
Cansados ya, vencidos—cual furiosas
Panteras del desierto que se lanzan
A la presa que vence, y se fatigan,
Y rugen y se esfuerzan y derraman
La enrojecida sangre, y combatiendo
Terribles ayes de dolor exhalan,—
Así los enemigos furibundos,
A nuestras filas bárbaros se lanzan,
Y luchan,—corren,—retroceden,—vuelan,—
Inertes caen,—gimiendo se levantan,—
A otro encuentro se aprestan,—y perecen!—
Ya sus cobardes huestes destrozadas
Huyen por la llanura:—¡oh! ¡cuánto el gozo
Da fuerza y robustez y vida a mi alma!—
¡Cuál crece mi valor!—¡cómo en mis venas
Arde la sangre!—¡cómo me arrebata
Este invencible ardor!—¡cuánto deseo
A la lucha partir!—
Escena tercera
Entran guerreros.—Guerreros y Abdala.
¡Salud, Abdala!—
¡Salud, nobles guerreros!
Ya la hora
De la lucha sonó: la gente aguarda
Por su noble caudillo: los corceles
Ligeros corren por la extensa plaza:
Arde en los pechos el valor, y bulle
En el alma del pueblo la esperanza:
Si vences, noble jefe, el pueblo nubio
Coronas y laureles te prepara,—
Y si mueres luchando, te concede
La corona del mártir de la patria!—
Revelan los semblantes la alegría:
Brillan al sol las fulgurantes armas,—
Y el deseo de luchar en las facciones
La grandeza, el valor sublimes graban!—
Ni laurel ni coronas necesita
Quien respira valor. Pues amenazan
A Nubia libre, y un tirano quiere
Rendirla a su dominio vil esclava,
Corramos a la lucha y nuestra sangre
Pruebe al conquistador que la derraman
Pechos que son altares de la Nubia,
Brazos que son sus fuertes y murallas!
¡A la guerra,16 valientes! Del tirano
La sangre corra,17 y a su empresa osada
De muros sirvan los robustos pechos
Y sea su sangre fuego a nuestra audacia!—
A la guerra! a la guerra!18 Sea el aplauso
Del vil conquistador que nos ataca,
El son tremendo que al batirlo suenen
Nuestras rudas y audaces cimitarras!
Nunca desmienta su grandeza Nubia!
A la guerra corred! a la batalla!19
Y de escudo te sirva ¡oh patria mía!20
El bélico valor de nuestras almas!—
(Hacen ademán de partir.)
Escena cuarta
Entra Espirta.—Espirta y dichos.
¿Adónde vas? Espera!
¡Oh madre mía!
Nada puedo esperar.
¡Detente Abdala!
¿Yo detenerme, madre?21 ¿No contemplas
El ejército ansioso que me aguarda?
¿No ves que de mi brazo espera Nubia
La libertad que un bárbaro amenaza?
¿No ves cómo se aprestan los guerreros?
¿No miras cómo brillan nuestras lanzas?
Detenerme no puedo, ¡oh, madre mía!
¡Al campo voy a defender mi patria!
¡Tu madre soy!
¡Soy nubio! El pueblo entero
Por defender su libertad me aguarda:
Un pueblo extraño nuestras tierras huella:
Con vil esclavitud nos amenaza;
Audaz nos muestra sus potentes picas,
Y nos manda el honor y Dios nos manda
Por la patria morir, antes que verla
Del bárbaro opresor cobarde esclava!
Pues si exige el honor que al campo vueles,
Tu madre hoy que te detengas manda!
Un rayo sólo detener pudiera
El esfuerzo y valor del noble Abdala!
¡A la guerra corred, nobles guerreros,
Que con vosotros el caudillo marcha!
(Se van los guerreros.)
Escena quinta
Espirta y Abdala.
Perdona ¡oh madre! que de ti me aleje
Para partir al campo. ¡Oh! estas lágrimas
Testigos son de mi ansiedad terrible,
Y el huracán que ruge en mis entrañas.
(Espirta llora.)
No llores tú, que a mi dolor ¡oh madre!
Estas ardientes lágrimas le bastan!
El ¡ay! del moribundo,22 ni el crujido
Ni el choque rudo de las fuertes armas,23
No el llanto asoman a mis tristes ojos,
Ni a mi valiente corazón espantan!
Tal vez sin vida a mis hogares vuelva,
U oculto entre el fragor de la batalla
De la sangre y furor víctima sea.
Nada me importa. Si supiera Abdala
Que con su sangre se salvaba Nubia
De las terribles extranjeras garras,
Esa veste que llevas, madre mía,24
Con gotas de mi sangre la manchara!
Sólo tiemblo por ti: y aunque mi llanto
No muestro a los guerreros de mi patria,25
Ve cómo corre por mi faz, oh madre!
Ve cuál por mis mejillas se derrama!
¿Y tanto amor a este rincón de tierra?
¿Acaso él te protegió en tu infancia?
¿Acaso amante te llevó en su seno?
¿Acaso él fue quien engendró tu audacia
Y tu fuerza? Responde! ¿O fue tu madre?
¿Fue la Nubia?26
El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;—
Y tal amor despierta en nuestro pecho
El mundo de recuerdos que nos llama
A la vida otra vez, cuando la sangre
Herida brota con angustia el alma;—
La imagen del amor que nos consuela
Y las memorias plácidas que guarda!
¿Y es más grande ese amor que el que despierta
En tu pecho tu madre?
¿Acaso crees27
Que hay algo más sublime que la patria?
¿Y aunque sublime fuera, acaso debes28
Por ella abandonarme? a la batalla29
Así correr veloz? Así olvidarte
De la que el ser te dio? ¿Y eso lo manda
La patria? Di! ¿Tampoco te conmueven
La sangre ni la muerte que te aguardan?
Quien a su patria defender ansía
Ni en sangre ni en obstáculos repara!
Del tirano desprecia la soberbia;
En su pecho se estrella la amenaza;
Y si el cielo bastara a su deseo
Al mismo cielo con valor llegara!
¿No te quedas por fin? ¿Y me abandonas?
No! madre, no! Yo parto a la batalla!
Al fin te vas?... te vas?... ¡Oh, hijo querido!
(Se arrodilla.)
A tu madre infeliz mira a tus plantas!
Mi llanto mira que angustioso corre!
De amargura y dolor tus pies empapa!
Detente ¡oh hijo mío!
Levanta ¡oh madre!
Por mi amor... por tu vida... no... no partas!
¿Que no parta decís cuando me espera
La Nubia toda? Oh! no! cuando me aguarda
Con terrible inquietud a nuestras puertas
Un pueblo ansioso de lavar su mancha?
¡Un rayo sólo detener pudiera
El esfuerzo y valor del noble Abdala!
Y una madre infeliz que te suplica, (Con altivez.)
Que moja con lágrimas tus plantas,
No es un rayo de amor que te detiene?
No es un rayo de dolor que te anonada?
Cuántos tormentos!... cuán terrible angustia!
Mi madre llora... Nubia me reclama...
Hijo soy... nací nubio... ya no dudo,
Adiós! Yo marcho a defender mi patria! (Se va.)
Escena sexta
Espirta
Partió!... partió!... Tal vez ensangrentado,30
Lleno de heridas, a mis pies lo traigan;
Con angustia y dolor mi nombre invoque;
Y mezcle con las mías sus tristes lágrimas,
Y mi mejilla con la suya roce
Sin vida, sin color, inerte, helada!
¡Y detener no puedo el raudo llanto
Que de mis ojos brota; a mi garganta
Se agolpan los sollozos,31 y mi vista
Nublan de espanto y de terror mis lágrimas!
Mas ¿por qué he de llorar? ¿Tan poco esfuerzo
Nos dio Nubia al nacer? ¿así acobardan
A sus hijos las madres?32 ¿así lloran
Cuando a Nubia un infame nos arranca?
¿Así lamentan su fortuna y gloria?
¿Así desprecian el laurel? ¿Tiranas,
Quieren ahogar en el amor de madre
El amor a la patria? Oh! no! derraman
Sus lágrimas ardientes, y se quejan
Porque sus hijos a morir se marchan!
Porque si nubias son, también son madres!
Porque al rudo clamor de la batalla
Oyen mezclarse el ¡ay! que lanza el hijo
Al sentir desgarradas sus entrañas!
Porque comprenden que en la lucha nunca
Sus hogares recuerdan, y se lanzan
Audaces en los brazos de la muerte
Que a una madre infeliz los arrebata!
Escena séptima
Espirta y Elmira
Madre! ¿llorando vos?
¿De qué te asombras?
A la lucha partió mi noble Abdala.
Y al partir a la lucha un hijo amado
¿Qué heroína, qué madre no llorara!
La madre del valor, la patriota!
Oh! mojan vuestra faz recientes lágrimas,
Y rebosa el dolor en vuestros ojos,
Cobarde llanto vuestro seno baña!
¡Madre nubia no es la que así llora
Si vuela su hijo a socorrer la patria!
A Abdala adoro: mi cariño ciego
Es límite al amor de las hermanas,33
Y en sus robustas manos, madre mía,
Le coloqué al partir la cimitarra,
Le dije adiós, y le besé en la frente!
Y ¡vos lloráis, cuando luchando Abdala
De noble gloria y de esplendor se cubre,
Y el bélico laurel le orna de fama!
¡Oh madre! ¿no escucháis ya cómo suenan
Al rudo choque las templadas armas?
Las voces no escucháis? ¿El son sublime
De la trompa no oís en la batalla?
¿Y no oís el fragor? ¡Con cuánto gozo
Esta humillante veste no trocara
Por el lustroso arnés de los guerreros,
Por un noble corcel, por una lanza!
¿Y también como Abdala, por la guerra
A tu hogar y tu madre abandonaras?
Y a morir en el campo audaz partieras?
También, madre, también! que las desgracias
De la patria infeliz lloran y sienten
Las piedras que deshacen nuestras plantas!
¿Y vos lloráis aún? ¿Pues de la trompa
El grato son no oís que mueve el alma?
¿No lo escucháis, ¡oh madre?34 ¿A vos no llega
El sublime fragor de la batalla?
(Se oye tocar a la puerta.)
Pero... ¿qué ruido es este repentino,
Madre, que escucho a nuestra puerta?
(Lanzándose hacia la puerta.) ¡Abdala!
(Deteniéndola.)
Callad, oh madre! Acaso algún herido
A nuestro hogar desesperado llama.
A su socorro vamos, madre mía.
(Se dirigen a la puerta.)
¿Quién toca a nuestra puerta?
Abrid!
Escena octava
Entran guerreros trayendo en brazos a Abdala herido.
Dichos, Abdala.
(Espantadas.) ¡Abdala!
(Los guerreros conducen a Abdala al medio del escenario.)
Abdala, sí, que moribundo vuelve
A arrojarse rendido a vuestras plantas,
Para partir después donde no puede
Blandir el hierro, ni empuñar la lanza—
Vengo a exhalar en vuestros brazos, madre,35
Mis últimos suspiros, y mi alma!—
Morir! morir cuando la Nubia lucha;
Cuando la noble sangre se derrama
De mis hermanos, madre; cuando espera
De nuestras fuerzas libertad la patria!
Oh, madre, no lloréis! Volad cual vuelan
Nobles matronas del valor en alas
A gritar en el campo a los guerreros:
«Luchad! luchad, oh nubios! esperanza!»
¿ue no llore me dices? ¿ tu vida
Alguna vez me pagarála patria?—La vida de los nobles, madre mí,
Es luchar y morir por acatarla
Y es preciso, con su propio acero
Rasgarse por salvarla las entrañs!
Mas... me siento morir: en mi agoní
(A todos) No vengáis a turbar mi triste calma.
Silencio!... quiero oír... Oh! me parece
Que la enemiga hueste derrotada
Huye por la llanura... oíd!... silencio!
Ya los miro correr... a los cobardes
Los valientes guerreros se abalanzan…
Nubia venció muero feliz: la muerte
Poco me importa, pues logrésalvarla…
Oh! quédulce es morir, cuando se muere
Luchando audaz por defender la patria!
Cae en los brazos de los guerreros.
FIN

Amor con amor se paga

PERSONAJES.................ACTORES
ELLA................................Srta. Concepción Padilla
ÉL.....................................Sr. Enrique Guasp de Peris
La escena pasa en nuestros días.
ACTO ÚNICO
Salón elegantemente amueblado; puerta al fondo.


ELLA esperaba; ÉL entra.
ELLA.
Vino el caballero a punto.

ÉL.
Venir a punto era fuerza.


A caballeros las damas


Nos obligan, cuando ruegan.

ELLA.
Envidiáraos por cortés


La vieja corte francesa;


Pero ésa es prenda del hombre,


Y aunque es necesaria prenda,


En el asunto a que os llamo


He menester al poeta.

ÉL.
Pues qué, ¿poeta y hombre acaso


Serán dos cosas diversas?


¡Con nacer y con amar


Cuánta poesía está hecha!

ELLA.
(Con interés mal disimulado.) ¡Qué, amáis!

ÉL.
(Con intención.) ¡Sí, amo!

ELLA.
(Abandonando precipitadamente la idea.) Dejad


Inoportunas querellas


Que os distraerían

ÉL.
Y ¿a vos


No?

ELLA.
(Sonriendo.) Tal vez me distrajeran.


Es ello que necesito


Para hoy mismo una comedia.

ÉL.
Comedia, ¿y para hoy?... ¿Qué, acaso

Fénix renace el gran Vega,


O de los dos Calderones


Ha vuelto alguno a la tierra?


¿Y el enredo? ¿Y la enseñanza?


¿Y aquellas galas poéticas,


Blonda sutil del lenguaje


Que lo borda y hermosea?

ELLA.
No os pido cosa tan alta:


Quiero una obrilla modesta,


Juguete, ensayo, proverbio...

ÉL.
¡Facilidad como ella!

ELLA.
Sabéis que en casa, el teatro,


Por cierto, no es cosa nueva:


De moda han puesto mi casa


Para tertulias y fiestas,


Y yo amenizo las noches


Representando comedias.


Así las horas distraigo,


Y tal vez sencillas penas.


(Con malicia.) Y dolores de viudez


Que ya en mis años aquejan.

ÉL.
(Con calor.) ¿De viudez? Pues ¿cuándo sola


Pudo estar vuestra alma bella?


Alma habría que su encanto


Cifrara todo en la vuestra


¡Y para amaros en ellos


Más largos los días quisiera!

ELLA.
Dijérase que empezáis


A representar la pieza.

ÉL.
¡Tan buena y tan cruel!

ELLA.
Mirad,


Pensemos en la manera


De salir del caso grave.

ÉL.
Mas ¿cómo?

ELLA.
Un proverbio sea:


Sencillo.

ÉL.
La sencillez


La dificultad aumenta.


Ved que el talento de ser


Sencillo, es el que más cuesta.


Remedio no tiene el caso.

ELLA.
Este caso se remedia


Buscando título pronto


Al refrancillo, que apremia.


No la hagas...

ÉL.
A fe que es viejo.


No la hagas, y no la temas.


¡Cuán bien la Cayron reía


Con Reig en la escena aquella


en que de tonto y retonto


Con gracia tal le moteja,


Que ni el público la olvida,


Ni se repara la escena!

ELLA.
Del dicho...

ÉL.
Al hecho. No ha un mes


Hicimos la hermosa pieza,


Y lo que escribe Tamayo.


Ni rival sufre, ni enmienda.

ELLA.
A fe que tiene mi amigo


Imperdonable modestia.

ÉL.
Virtud es ella egoísta,


Y taimada como ella.


Han dado ya en olvidarla


De tan ingrata manera,


Que viene a ser vanidoso,


Sinónimo de poeta.


Así, quien se ve, y se mira,


Que en el mérito escasea,


Para valer algo, acoge


Lo que los demás desechan.

ELLA.
Yo necesito un proverbio.

ÉL.
Un proverbio da respuesta


A mi temor: Quien mucho habla...

ELLA.
Sé lo demás: mucho yerra.


Mas, ¿quién por cortés se tiene,


Y de galante se precia,


Y de una dama la súplica


Terco y airado desdeña?

ÉL.
¿Hidalgo yo y descortés,


Y vos mujer y no reina?


Sílbenme a coro en buen hora,


Y haya la crítica fiesta,


Y pasto de los cencerros


Mi pobre proverbio sea;


Que es harto buena mi obrilla


Con que una mujer la quiera.

ELLA.
¿Palabra?

ÉL.
Honrada y segura.


Ya son mis labios colmena


De refranes: ¡quién en ellos


Pusiera picante abeja,


Que en el público zumbase


Con enseñanzas amenas!

ELLA.
¿Ambiciosillo el modesto?

ÉL.
¿Quién de ambiciones no sueña,


Si las anima y las quiere


Niña gallarda y airosa,


Que el domingo en la Alameda


Galas de México luce,


Color prestada pasea,


Oyérame aquí la niña


Decir que Naturaleza


En las flores rojo puso,


Y en la faz la color fresca?


Y ¡cómo el novio pulido


De ella tuviera vergüenza,


Si al darla el beso primero


Que toda ventura encierra


En capa vil de pintura


Su beso de amores diera!


Doncellita primorosa


Que, colgando al cuello, ostentas


Perlas, que en vano pretenden


Copiar de tu boca perlas;


Guarda, guarda, doncellita,


Que el que de amor te querella,


Con prontos besos te robe


Del alma la color fresca...


(De prisa.) Y diera así a los galanes


Consejos para las bellas,


Y sátira al envidioso,


Y golpes a la pereza,


Y enseñanzas a mí mismo,


Y a todos plática diestra,


Blanda en la forma y prudente,


Y en el fondo, grave y recta.

ELLA.
Mas mi proverbio...

ÉL.
Ya apunta:


¡Dificultad sin clemencia!

ELLA.
Pensemos título: Antes


Que te cases mira...

ÉL.
¡Necia


Prevención del refrancillo!


Pues ¿hay ventura como esa


De haber amparo del llanto


En la noble esposa tierna;


Y haber dos almas, sin ser


Más que una, y sentir cuán bellas


Palabras nos fortalecen,


Y caricias nos consuelan?

ELLA.
¿De veras pensáis así?

ÉL.
Así lo pienso de veras.


Hombre incompleto es el hombre


Que en su estrecho ser se pliega


Y sobre la tierra madre


Su estéril vida pasea,


Sin besos que lo calienten


Ni brazos que lo protejan.


Ábrese el árbol en frutos


En plantas se abre la tierra;


Brotan del ramo las hojas;


Todo se ensancha y aumenta.


Y el hombre no es hombre, en tanto


Que en las entrañas inquietas


De la madre, el primer hijo


Palpitar de amor no sienta.


¡Proverbio necio a fe mía!


Otro refrán.

ELLA.
(Su nobleza,


El ánimo me cautiva,


Y la voluntad me prenda.)

EL
Otro refrán.

ELLA.
¿Otro? Mira


Con quién andas...

ÉL.
Es conseja


Harto vulgar.

ELLA.
El que a hierro


Mata

ÉL.
Por el hierro muera.


Vengativo es el proverbio,


Aunque bíblico: no sean


Mis palabras, mientras viva,


De venganza pregoneras.


Otro más.

ELLA.
El que con lobos


Anda

ÉL.
Se ha escrito.

ELLA.
El que espera

ÉL.
Desespera, según dicen.

ELLA.
(Con intención.) Mas si aguarda con nobleza


Amor que tarda en venir,


En bien de sí mismo espera... (Movimiento de él.)

ÉL.
(Precipitadamente.) Otro más cierto.

ELLA
¿De amores?

ÉL.
¿Quién diera cosa más bella?

ELLA.
Amor con amor se paga...

ÉL.
Pues ese proverbio sea.


Ingratas hay que lo olvidan,


Y torpes que lo desdeñan.

ELLA.
La probanza es menester:


Ánimos, pues, y a la empresa.

ÉL.
(¡Si me amara!)

ELLA.
(¡Si me amara!)

ÉL.
(¡Si entendiese!)

ELLA.
(¡Si entendiera!)

ÉL.
Presto, manos a la obra.

ELLA.
Al punto. ¿Cómo comienza?

ÉL
A fe que no doy con ello;


Mas no será cosa extrema:


Con esquiveces de dama


Y en el galán insistencias;


En él, valor y ternura,


En ella, gracia discreta;


Paréceme que el proverbio


Hacerse bien se pudiera.


¿En qué pensáis?

ELLA.
En el tiempo,


Que va de prisa, y apremia.


¿Decís que amor con amor...?

ÉL.
Se paga: ¡si es cosa hecha!

ELLA.
(Con intención.)


¿Tal es de cierto el proverbio?

ÉL.
¡Tal fuera la dicha cierta!


Mirad: pues que el tiempo apura,


Danme las mientes idea


Original y curiosa:


Habrá en la amante contienda


Galán que de amor requiebre,


Y dama esquiva y zahareña.


Haced vos lo de la dama,


Que os ha de cuadrar de veras:


Yo haré el galán: vos reñís,


Cosa para vos no nueva:


Insisto yo, os defendéis:


Vuelvo empeñoso a la tema,


Volvéis a las esquiveces,


Refuerzo yo la insistencia,


Y entre no quiero y sí quiero,


Vos donaire, yo destreza,


Haced que el amor despierte


Y ¡dejadme que yo os venza!

ELLA,
¡Que vais haciendo el proverbio!

ÉL.
Por hacerlo el alma diera:


¿Aceptáis?

ELLA.
Es cosa extraña...

ÉL.
Perdónese por lo nueva:


¿Os decidís?

ELLA.
Decidida.


¿Edades?

ÉL.
La mía y la vuestra

ELLA.
¿Época?

ÉL.
Hoy: los amores


No tienen más que una época.

ELLA.
¿Y nombres?

ÉL.
De dama, el vuestro:


Leonor, ¿qué cosa más bella?

ELLA.
Pensad que andamos de burlas.

ÉL.
Pues tanto valen las veras,


Dejad que de burla os llame,


Como sin burla os dijera.

ELLA.
Cortés estáis y discreto,


Mas no me place. Teresa


Llámese la ingrata altiva:


Julián vuestro nombre sea.

ÉL.
Ved que notaréis frialdades


Llamándoos a vos Teresa.

ELLA.
Es nombre de santa ilustre:


¿Aceptáis?

ÉL.
No haya querella.

ELLA.
Vos, Julián; Teresa, yo;


Princípiese aquí la escena.

(Arreglan los muebles, como preparando un escenario.)
ÉL.
Vos sentada; yo sentado.

ELLA.
Sube el telón: ya comienza.

ÉL.
Ved que os dejéis convencer. (Bajo.)

ELLA.
Ved que me llamo Teresa. (Idem.)

JULIÁN.
(Afectando tono dramático.)


Con ser tanta la verdad


De vuestra rara hermosura,


Mayor es mi desventura,


Y mayor mi soledad.


De roca os hizo en verdad


Vuestra buena madre el pecho:


¿Qué ley os dará derecho


para prendar hombre así?


Con amaros, ¡ay de mí!


¿Qué mal, señora, os he hecho?

ELLA.
(Interrumpiendo la escena, y volviendo a hurtadillas a lo natural. Bajo.)

A fe que os ponéis muy grave.

ÉL.
Ved que ha empezado la escena.

ELLA.
(¡Jesús con el don Julián!)

ÉL.
Tócale hablar a Teresa.

TERESA.
(Recobrando su tono de ficción.)


Triste os ponéis de repente:


Hacéis -¡soberbio papel!-


A maravilla el doncel


De don Enrique el Doliente.


Ved que no ha estado prudente


Vuestro triste corazón:


Yo sé que amar es razón,


A quien se ama, y ley muy justa:


Mas, si el galán no nos gusta,


¿Es amar obligación?

JUL.
No es de dama tan cortés


Respuesta tan enojosa:


Gala hacéis de donairosa,


Mas lujo de crueldad es.


Ved, señora, que después


De haber abierto la herida,


Tiene la mano homicida


Deber con la caridad,


Y es más bella la beldad


Cuando da a un muerto la vida.


Ved que en el viento las aves


Volando pasan a par:


Ved a las ondas cruzar


Rumorosas y suaves.


Ved que hasta las penas graves


Jamás, Teresa, andan solos:


Ved cuál se juntan las olas


En el correr de los ríos:


Ved, junto a troncos umbríos,


Amarse las amapolas.

TER.
A fe que de mi amador


Sospechar nunca pudiera


Que tan presto convirtiera


A Cupido en orador.


Mas faltan al trovador,


Para cautivarme, galas.


No son las endechas malas;


Pero yo nunca he podido


Imaginarme un Cupido


Con levi-sac y sin alas.

JUL.
A fe, señora, que tengo


Algo tan duro en los labios,


Que por no haceros agravios,


En el hablar me contengo.


Ved que a trovaros no vengo,


Ridículo trovador:


Ved que si vivo amador,


Y si os ensalzo poeta,


Quien se respeta, respeta


Un digno y honrado amor.


Alas me niega el gracejo


Que vuestros encantos roben;


Mas en cambio de amor joven,


Amor os tengo tan viejo,


Y tan probado y añejo,


Y tan recio en la porfía,


Que acaba, Teresa, el día


Para empezar uno nuevo,


Y ¡en el alma siempre llevo


Encendida el ansia mía!


Y es amor fuego tenaz (levantándose),


Y ansia y congoja tan fiera,


Que no hay, Teresa, manera


De que yo goce de paz.


Es pensamiento que audaz


Todo el pensar me domina,


Y sueño que me fascina,


Y encanto que me seduce,


Y estrella que me conduce,


Y ¡hasta sol que me ilumina!

TER.
Por sueño...

JUL.
¡El alma enamora!

TER.
Por encanto

JUL.
¡Azul parece!

TER.
Por estrella

JUL.
¡No anochece!

TER.
Y por sol

JUL.
¡Alumbra y dora!


Y tanto os amo, señora,


Por lo gallarda y lo bella,


Que hasta en la mísera huella


Que imprimís a vuestro paso,


Ve este amor en que me abraso


Sueño, encanto, sol y estrella.


Es que en el pecho han nacido,


Con pensamientos de amores,


Tantos sueños, tantas flores,


Tanto vigor comprimido,


Que al cabo en paz he vivido


Con la vida que me arredra:


Es que creciendo la yedra


Al tronco y muro se prende,


Y ¡en luz de amores enciende


Tronco, arbusto, sol y piedra!

TER.
Incendio vivo y fugaz


Pinta aquí vuestro amor ciego:


Si os lo extingue todo el fuego


Abrasador y voraz,


Restos para amarme en paz


Del fuego no habrán quedado,


Y ¿qué he de hacer, malhadado,


Si el fuego arrecia y atiza,


Con un galán Don Ceniza


Consumido y chamuscado?

JUL.
Verdad es ella, que el fuego


De vuestros ojos me abrasa,


Y todo prende y arrasa


La antorcha del amor ciego;


Pero es lo cierto que luego,


Fénix, renace el amor,


Y de un campo sin verdor


Hace un raudal de fortuna,


Y de un sepulcro, una cuna,


Y ¡de una piedra, una flor!


Es fama que a un cementerio


Llegó un sabio cierto día,


Afirmando que no había


Tras de la tumba, misterio.


Un ser blanco, vago y serio,


A la tumba se acercó:


«Amor, amor» pronunció


Con triste voz quejumbrosa,


Y al punto alzóse la losa,


Y el muerto resucitó.

TER.
Quedar debió el sabio inquieto,


Porque así yo me quedara,


Si me hubiera cara a cara


Con un galán esqueleto.


Vuestras historias respeto;


Pero pensad, Don Julián,


Que si tan tétricas van,


De buscar habré un conjuro,


Porque ya pone en apuro


Tanto hueso por galán.


Amador como el doncel,


Prendado de su misterio,


Trae consigo un cementerio


Para prendarme con él.


Y no le basta al cruel:


Para decir que me ama,


Fuego doquiera derrama


Por donde el paso detiene,


Y cuando a verme se viene,


Viene convertido en llama.

JUL.
(Toda esta décima, avanzando él y retrocediendo ella.)

¡Ved que es instante supremo


Este, en que de mí os burláis!

TER.
¡Ved que ardéis, y me quemáis!

JUL.
¡Ved morir!

TER.
¡Ved que me quemo!

JUL.
¡Morir de desdichas temo!

TER.
¡Pensara yo que de arder!

JUL.
¡Miradme ya estremecer!

TER.
¡Miradme casi quemando!

JUL.
¡Vedme de amor expirando!

TER.
¡Vedme de miedo correr!

ÉL.
(Cambiando bruscamente de tono.)

¡No más, Leonor!

ELLA.
(Como no queriendo entender.)

¿Qué Leonor?


Vos Julián, y yo Teresa.

ÉL.
La comedia el fuego aviva:


Acabe aquí la comedia:


Yo os amo: en vano es que calle


Lo que ni a vos avergüenza,


Ni a mí me da más que honra,


Ni a vos más que dichas diera.


Mirad: con ser vos quien sois,


Y con ser, Leonor, tan bella,


Lo que de vos amo menos


Es vuestra altiva belleza.


¡Hay algo en vos que os envuelve,


Algo extraño que os rodea,


Algo puro que os bendice,


Y de vos hasta mí llega,


Y en el alma se me esconde


Y en frente y labios me besa!

(Ella hace movimientos para hablar.)

Callad: porque os tengo en tanto,


Leonor amada, que es fuerza


Que penséis lo que digáis


Porque yo en menos no os tenga.


Antes me enojan que vencen


Ridículas resistencias,


En quien de amores se abrasa


Y sus amores nos niega.


Decidme lo que pensáis


Presto; ¡Mas, por Dios, no sea


Nada, Leonor, que lastime


El corazón que os venera,


Y que con cada latido


En frente y labios os besa!

ELLA.
(Adelantándose sola hacia un lado del proscenio.)

Público: suceso grave.


¿Cómo negarle podré


Todo mi amor, cuando sé


Que lo conoce y lo sabe?


Mándame aquí la costumbre,


Con las mujeres impía,


Que el amor del alma mía


Ni conozca, ni vislumbre;


Pero si está el corazón


Saltándoseme a los labios,


¿Cómo puede haber agravios


En las que verdades son?


Yo sé que el pecho amoroso


Lugar para este hombre guarda,


Y sé que mi amor lo aguarda


Por noble y por generoso.


¿Por qué si un amor honrado


Estoy sintiendo en el pecho,


No he de tener yo derecho


A decir que lo he engendrado?


¿Por qué, con tanto rigor,


Cuando a un casto bien se aspira,


Ha de ser la vil mentira


Forma fatal del pudor?

ÉL.
(En el otro extremo de la escena.)

¡Leonor, Leonor de mi vida,


Cómo más presto me hablaras,


Si mis angustias miraras


en el alma estremecida!


No es un vago devaneo


Ni pasajero amorío:


¡Es que este pobre ser mío


Prendido en tus labios veo!


Viví: con decir que vivo


Muchos recuerdos se dicen,


Que en el cobarde maldicen


Y esperan en el altivo.


Amé: con decir que llevo


En el corazón amores,


Digo que el ser de dolores


Se ha trocado en un ser nuevo.


¡Nada es azul en la vida,


Oh mortal, de lo que ves,


Si no miras al través


De una mujer bien querida!


Nada ¡oh mortal! es el hombre


Que sin mujer va en la tierra,


Y sin el hijo que encierra


Orgullo y germen de un nombre.


¡Leonor, mi amada Leonor,


Cómo más presto me hablaras,


Si en el alma me miraras


El lago azul de tu amor!

(Cada uno conserva su puesto en un lado de la escena.)
ELLA.
¿Cómo decirlo y callarlo?

ÉL.
(Tendiendo a ella las manos.) ¡Leonor, Leonor!

ELLA.
(Siempre al público.) Si es honesta


Afición la que me mueve,


Si me cautivan sus prendas,


Si es en la forma cortés


Y anida en su alma grandezas


Y lo amo, porque lo estimo,


Que sólo alcanza completas


Venturanzas el amor


Que en la estimación comienza,


¿A qué mi temor, y el fuego


Que en las mejillas me quema,


Si tengo, al par que en el alma,


Claridad en la conciencia?

ÉL.
Luchan amor y pudor


En esa alma limpia y bella,


En quien los años no extinguen


Las blancas flores primeras.


¡Aguarda, aguarda, amor mío:


Que detienen sus promesas


Timideces de mujer


Que el valor de amor aumentan!

(Los dos adelantándose a un tiempo.)
ELLA.
¡Julián!...

ÉL.
¡Leonor!

ELLA.
(Turbada.) Yo no sé

ÉL.
¡Palabra que tanto cuestas,


Si honrada en el alma naces,


Presto, presto al labio vengas!

ELLA.
¡Te amo, te amo!

ÉL.
(Con transporte.) No tienen


Todas las humanas lenguas,


Ni las aves en los bosques,


Ni las brisas en las selvas,


Ni la tórtola nocturna


De quejumbrosas cadencias,


Conjunto tal de armonías,


De espacios divinos prenda:


Que luego de haber oído


«¡Te amo!» de tu boca bella,


Hay más azul en el cielo,


hay más calor en la tierra,


Y el aire un beso, otro beso,


Onda tras onda se lleva.

ELLA.
(Como dudando.) ¿Amor firme?

ÉL.
Nunca mueren


Estos cariños que empiezan


Con suave calma, que luego


Respeto y tiempo alimentan,


Y son del cuerpo sostén,


Más que deleitosa presa.


Estima, calma, respeto,


Unión en lo que se piensa,


Confusión de vida y vida,


¿Cómo es posible que mueran


Si uno en el otro se apoyan


Y con dos vidas alientan?

ELLA.
¿Y el proverbio?

ÉL
No de burlas


Lo digas: antes de veras


Afirma que lo hemos hecho.


Pues ¿dónde hay mejor comedia


Que el corazón de los hombres


Y de mujer las ternezas?

ELLA.
La noche llega.

ÉL
En el teatro


Repetiremos la escena.

ELLA.
Y ¿quién de silbarte habrá


Que ame, espere, sufra y sienta?


Mas, ¿qué papel en tu pecho


Muestra la frente indiscreta?


¿Papel de amor?

ÉL.
(Sacándole.) De congoja


Es muy probable que sea.


Míralo tú.

ELLA.
¡Del autor!...

ÉL.
(Como quitándoselo.) ¡Osadía como ésta!


Pero no habrá de leerse.


Dame.


No. Cumplir es fuerza


Su voluntad: «Al buen público.»


Dice así: «Carta modesta:


Juguete es éste sencillo


Hecho al correr de la pluma


En un instante de suma


Pereza. El alma sin brillo


Está de quien lo escribió:


Cuando sin patria se vive,


Ni luz del sol se recibe,


Ni vida el alma gozó.


Vino Guas: quiso tener


Piececilla baladí,


Por darte, público, a ti


Algo agradable que ver.


Por la mañana encargó,


Y ¿se pensó en la mañana;


Más frívola que galana,


Por la tarde se acabó.


Hízose así, tan de prisa,


Y apenas solicitada,


De tal manera, que nada


Puede excitar más que risa.


Mas piensa, público amigo,


Que cuando el alma se espanta


Y se tiene en la garganta


Fiero dogal por testigo,


La inteligencia se abrasa


Y el alma se empequeñece,


Y cuanto escribe parece


Obra mezquina y escasa.


En este juguete mira


Caprichosa distracción


De un mísero corazón,


Que por hallarse suspira.


Siente, ama, estima, perdona


Con tu natural bondad:


Si es malo, la voluntad


De actor y poeta lo abona.


Nada mejor puede dar


Quien sin patria en que vivir,


Ni mujer por quien morir,


Ni soberbia que tentar,


Sufre, y vacila, y se halaga


Imaginando que al menos


Entre los públicos buenos


Amor con amor se paga.»

TELÓN

miércoles, 12 de diciembre de 2007

José Martí y el Amor

"Amor no es más que el modo de crecer."

…"el amor , administrado por la vigilancia, es el único modo seguro de felicidad y gobierno entre los hombres…"

"Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento, y respeto."

…"el amor llenará al cabo el pecho de los hombres…"

"Ámese al hombre entusiasta y desinteresado."

"¡Con el amor renace la esperanza!"

"El cubano es capaz del amor, que hace perdurable la libertad."

"De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas."

…"Es bueno el que ama, y él sólo es bueno: y el que no ama, no lo es."

"Se aborrece a los viles, y se ama, con las entrañas toda, a los hombres pudorosos y bravos."

"La única ley de la autoridad es el amor."

Pensamientos Martianos

"Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos."
Revista Universal, México
12 de octubre de 1875.

"A un plan obedece nuestro enemigo: de enconarnos, dispensarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan contra plan."
Patria, Nueva York.
11 de junio de 1892.


"En los pueblos libres el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de sí mismos, el derecho ha de ser popular."
Guatemala, abril de 1877

"La riqueza exclusiva es injusta. Sea de muchos; no de los advenedizos, nuevas manos muertas, sino de los que honrada y laboriosamente la merezcan".
Folletos Guatemala, Editorial El Siglo,
México, 1878.

"La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio".
Nueva York,
24 de enero de 1880.

"... el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento."
Revista La Edad de Oro, No. 4
Octubre de 1889.

"En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre."
Tampa, La Florida,
26 de noviembre de 1891.

"Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos !"
El Partido Liberal, México
30 de noviembre de 1891.

"La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político."
Patria, Nueva York
30 de abril de 1892.

"... el poder no es más que el respeto a todas las manifestaciones de la justicia"
Madrid, 15 de febrero de 1873

martes, 27 de noviembre de 2007

A mis hermanos muertos

¡Cadáveres amados los que un día
Ensueños fuisteis de la patria mía,
Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
¡Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi redor; vagad en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe,
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive!

Y tú, Muerte, hermana del martirio,
Amada misteriosa
Del genio y del delirio,
Mi mano estrecha, y siéntate a mi lado;
¡Os amaba viviendo, mas sin ella
No os hubiera tal vez idolatrado!

En lecho ajeno y en extraña tierra
La fiebre y el delirio devoraban
Mi cuerpo, si vencido, no cansado,
Y de la patria gloria enamorado.
¡El brazo de un hermano recibía
Mi férvida cabeza,
Y era un eterno, inacabable día,
De sombras y letargos y tristeza!

De pronto vino, pálido el semblante,
Con la tremenda palidez sombría
Del que ha aprendido a odiar en un instante,
Un amigo leal, antes partido
A buscar nuevas vuestras decidido.
La expresión de la faz callada y dura,
Los negros ojos al mirar inciertos,
Algo como de horror y de pavura,
La boca contraída de amargura,
Los surcos de dolor recién abiertos,
Mi afán y mi ansiedad precipitaron.
-¿Y ellos? ¿Y ellos? mis labios preguntaron;
- ¡Muertos! me dijo: ¡muertos!
Y en llanto amargo prorrumpió mi hermano,
Y se abrazó llorando con mi amigo,
Y yo mi cuerpo alcé sobre una mano,
Viví en infierno bárbaro un instante,
Y amé, y enloquecí, y os vi, y deshecho
En iras y en dolor, odié al tirano,
Y sentí tal poder y fuerza tanta,
Que el corazón se me salió del pecho,
¡Y lo exhalé en un ¡ay! por la garganta!

Y vime luego en el ajeno lecho,
Y en la prestada casa, y en sombría
Tarde que no es la tarde que yo amaba.
¡Y quise respirar, y parecía
Que un aire ensangrentado respiraba!
Vertiendo sin consuelo
Ese llanto que llora al patrio suelo,
Lágrimas que después de ser lloradas
Nos dejan en el rostro señaladas
Las huellas de una edad de sombra y duelo,-
Mi hermano, cuidadoso,
Vino a darme la calma, generoso.
Una lágrima suya,
Gruesa, pesada, ardiente,
Cayó en mi faz; y así, cual si cayera
Sangre de vuestros cuerpos mutilados
Sobre mi herido pecho, y de repente
En sangre mi razón se oscureciera,
Odié, rugí, luché; de vuestras vidas
Rescate halló mi indómita fiereza...
¡Y entonces recordé que era impotente!
¡Cruzó la tempestad por mi cabeza
Y hundí en mis manos mi cobarde frente!

Y luché con mis lágrimas, que hervían
En mi pecho agitado, y batallaban
Con estrépito fiero,
Pugnando todas por salir primero;
Y así como la tierra estremecida
Se siente en sus entrañas removida,
Y revienta la cumbre calcinada
Del volcán a la horrenda sacudida,
Así el volcán de mi dolor, rugiendo,
Se abrió a la par en abrasados ríos.
Que en rápido correr se abalanzaron
Y que las iras de los ojos míos
Por mis mejillas pálidas y secas
En tumulto y tropel precipitaron.

Lloré, lloré de espanto y amargura:
Cuando el amor o el entusiasmo llora,
Se siente a Dios, y se idolatra, y se ora.
¡Cuando se llora como yo, se jura!

¡Y yo juré! ¡Fue tal mi juramento,
Que si el fervor patriótico muriera,
Si Dios puede morir, nuevo surgiera
Al soplo arrebatado de su aliento!
¡Tal fue, que si el honor y la venganza
Y la indomable furia
Perdieran su poder y su pujanza;
Y el odio se extinguiese, y de la injuria
Los recuerdos ardientes se extraviaran,
De mi fiera promesa surgirían,
Y con nuevo poder se levantaran,
E indómita pujanza cobrarían!

Sobre un montón de cuerpos desgarrados
Una legión de hienas desatada,
Y rápida y hambrienta,
Y de seres humanos avarienta,
La sangre bebe y a los muertos mata.
Hundiendo en el cadáver
Sus garras cortadoras,
Sepulta en las entrañas destrozadas
La asquerosa cabeza; dentro del pecho
Los dientes hinca agudos. y con ciego
Horrible movimiento se menea
Y despidiendo de los ojos fuego,
Radiante de pavor, levanta luego
La cabeza y el cuello en sangre tintos:
Al uno y otro lado,
Sus miradas estúpidas pasea,
Y de placer se encorva, y ruge, y salta,
Y respirando el aire ensangrentado,
Con bárbara delicia se recrea.
¡Así sobre vosotros
-Cadáveres vivientes,
Esclavos tristes de malvadas gentes-.
Las hienas en legión se desataron,
Y en respirar la sangre enrojecida
Con bárbara fruición se recrearon!

Y así como la hiena desaparece
Entre el montón de muertos,
Y al cabo de un instante reaparece
Ebria de gozo, en sangre reteñida,
Y semeja que crece,
Y muerde, y ruge, y rápida desgarra,
Y salta, y hunde la profunda garra
En un cráneo saliente,
Y, al fin, allí se para triunfadora,
Rey del infierno en solio omnipotente,
Así sobre tus restos mutilados,
Así sobre los cráneos de tus hijos,
¡Hecatombe inmortal, puso sedienta,
Despiadada legión garra sangrienta!
¡Así con contemplarte se recrea!
¡Así a la patria gloria te arrebata!
¡Así ruge, así goza, así te mata!
¡Así se ceba en ti! ¡Maldita sea!

Pero, ¿cómo mi espíritu exaltado,
Y del horror en alas levantado,
Súbito siente bienhechor consuelo?
¿Por qué espléndida luz se ha disipado
La sombra infausta de tan negro duelo?
Ni ¿qué divina mano me contiene,
Y sobre la cabeza del infame
Mi vengadora cólera detiene?...

¡Campa! ¡Bermúdez! ¡Alvarez! Son ellos,
Pálido el rostro, plácido el semblante;
¡Horadadas las mismas vestiduras
Por los feroces dientes de la hiena!
Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!
¡Dejadme ¡oh gloria! que a mi vida arranque
Cuanto del mundo mísero recibe!
¡Dejad que vaya al mundo generoso,
Donde la vida del perdón se vive!

¡Ellos son! ¡Ellos son! Ellos me dicen
Que mi furor colérico suspenda,
Y me enseñan sus pechos traspasados,
Y sus heridas con amor bendicen,
Y sus cuerpos estrechan abrazados,
¡ Y favor por los déspotas imploran!
¡Y siento ya sus besos en mi frente,
Y en mi rostro las lágrimas que lloran!

¡Aquí están, aquí están! En torno mío
se mueven y se agitan...
-¡Perdón!
-¡Perdón!
-¿Perdón para el impío?

-¡Perdón! ¡Perdón! - me gritan,
¡Y en un mundo de ser se precipitan!

¡Oh gloria, infausta suerte,
Si eso inmenso es morir, dadme la muerte!
-¡Perdón! - ¡Así dijeron
Para los que en la tierra abandonada
Sus restos esparcieron!
¡Llanto para vosotros los de Iberia,
Hijos en la opresión y la venganza!
¡Perdón! ¡Perdón! ¡esclavos de miseria!
¡Mártires que murieron, bienandanza!
La virgen sin honor del Occidente,
El removido suelo que os encubre
Golpea desolada con la frente,
Y al no hallar vuestros nombres en la tierra
Que más honor y más mancilla encierra,
Del vértigo fatal de la locura
Horrible presa ya, su vestidura
Rasga, y emprende la veloz carrera,
Y, mesando su ruda cabellera,
-¡Oh- clama - pavorosa sombra oscura!
¡Un mármol les negué que los cubriera,
Y un mundo tienen ya por sepultura!
Y más que un mundo, más! Cuando se muere
En brazos de la patria agradecida,
La muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!

¡Oh, más que un mundo, más! Cuando la gloria
A esta estrecha mansión nos arrebata,
El espíritu crece,
El cielo se abre, el mundo se dilata
Y en medio de los mundos se amanece.

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego
Anhelo ansioso contra ti conspira:
Mira tu afán y tu impotencia, y luego
Ese cadáver que venciste mira,
Que murió con un himno en la garganta,
Que entre tus brazos mutilado expira
Y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora;
No te pare el que gime ni el que llora:
¡Mata, déspota, mata!
¡Para el que muere a tu furor impío,
El cielo se abre, el mundo se dilata!

Madrid, 1872

*Escrito el primer aniversario de Ia muerte por fusilamiento de diez estudiantes cubanos en La Habana, ocurrida el 27 de noviembre de 1871. Se les había acusado falsamente de haber profanado la tumba de un alto ex-funcionario español; diez años después, se comprobó que no había ocurrido tal profanación.