jueves, 5 de julio de 2007

La Niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En
una caja de seda.

...Ella dió al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que
más he amado en mi vida!

...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

 

La bailarina española

El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.

Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.

Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!

Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.

Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando
un baile andaluz.

Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la table fuera
Tablado de corazones.

Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca:
Lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...

Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola!

 

Versos Sencillos. Poesía XXX. Un niño lo vió...

El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón:
Echa el barco, ciento a ciento,
Los negros por el portón.

El viento, fiero, quebraba
Los almácigos copudos;
Andaba la hilera, andaba,
De los esclavos desnudos.

El temporal sacudía
Los barracones henchidos:
Una madre con su cría
Pasaba, dando alaridos.

Rojo, como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un seibo del monte.

Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen:
¡Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su vida el crimen!

 

Versos Sencillos. Poesía XLVI

Vierte, corazón, tu pena
Donde no te llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.

Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.

Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amorosa,
Todo mi amor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.

Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.

Tú, porque yo cruce fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.

Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.

Y porque mi cruel costumbre
De echarme en ti te desvía
De tu dichosa armonía
Y natural mansedumbre;

Porque mis penas arrojo
Sobre tu seno, y lo azotan,
Y tu corriente alborotan,
Y acá lívido, allá rojo,

Blanco allá como la muerte,
Ora arremetes y ruges,
Ora con el peso crujes
De un dolor más que tú fuerte,

¿Habré, como me aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquel que nunca me deja?

¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!

Versos Sencillos. Tiene el leopardo un abrigo.

Tiene el leopardo un abrigo
En su monte seco y pardo:
Yo tengo más que el leopardo,
Porque tengo un buen amigo.

Duerme, como en un juguete,
La mushma en su cojinete
De arte del Japón: yo digo:
“No hay cojín como un amigo.”

Tiene el conde su abolengo:
Tiene la aurora el mendigo:
Tiene ala el ave: ¡yo tengo
Allá en México un amigo!

Tiene el señor presidente
Un jardín con una fuente,
Y un tesoro en oro y trigo:
Tengo más, tengo un amigo

Versos Sencillos. Poesía XXV

Yo pienso, cuando me alegro
Como un escolar sencillo,
En el canario amarillo,-
¡Que tiene el ojo tan negro!

Yo quiero, cuando me muera
Sin patria, pero sin amo,
Tener en mi losa un ramo
De flores, - ¡y una bandera!

 

Versos Sencillos. Poesía V

Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.

 

Versos Sencillos. Poesía VII

Para Aragón, en España,
Tengo yo en mi corazón
Un lugar todo Aragón,
Franco, fiero, fiel, sin saña.

Si quiere un tonto saber
Por qué lo tengo, le digo
Que allí tuve un buen amigo,
Que allí quise a una mujer.

Allá, en la vega florida,
La de la heroica defensa,
Por mantener lo que piensa
Juega la gente la vida.

Y si un alcalde lo aprieta
O lo enoja un rey cazurro,
Calza la manta el baturro
Y muere con su escopeta.

Quiero a la tierra amarilla
Que baña el Ebro lodoso:
Quiero el Pilar azuloso
De Lanuza y de Padilla.

Estimo a quien de un revés
Echa por tierra a un tirano:
Lo estimo, si es un cubano;
Lo estimo, si aragonés.

Versos Sencillos. Poesía I. Yo soy un hombre sincero

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

Alas nacer ví en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
Dos veces ví el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez - en la reja,
A la entrada de la viña,-
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: - cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, - es
Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.-
Y que no hay fruta en la tierra
Como
la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.

La Edad de Oro. LOS ZAPATICOS DE ROSA

Hay sol bueno y mar de espuma,
Y arena fina, y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su sombrerito de pluma.

-«¡Yaya la niña divina!»
Dice el padre, y le da un beso.
-«¡Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina!»

-«Yo voy con mi niña hermosa»-
Le dijo la madre buena.
«¡No te manches en la arena
Los
zapaticos de rosa!»

Fueron las dos al jardín
Por la calle del laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín.

Ella va de todo juego,
Con aro, balde y paleta.
El balde es color violeta;
El aro es color de fuego.

Vienen a verlas pasar:
Nadie quiere verlas ir:
La madre se echa a reir,
Y un viejo se echa a llorar.

El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy oronda: «Dí, mamá:
¿Tú sabes qué cosa es reina?»

Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar,
Para la madre y Pilar
Manda luego el padre el coche.

Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa:
Lleva espejuelos el aya
De la francesa Florinda.

Está Alberto
, el militar
Que salió en la procesión
Con
tricornio y con bastón,
Echando un bote a la mar.

¡Y
qué mala, Magdalena,
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!

Conversan allá en las sillas,
Sentadas con los señores,
Las señoras, como flores,
Debajo de las sombrillas.

Pero está con estos modos
Tan serios, muy triste el mar:
¡Lo alegre es allá, al doblar,
En la barranca de todos!

Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca,
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas.

Pilar corre a su mamá:
-«¡Mamá, yo voy a ser buena;
Déjame ir sola a la arena:
Allá, tú me ves, allá!»

-¡«Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes:
Anda, pero no te mojes
Los zapaticos de rosa».

Le llega a los pies la espuma:
Gritan alegres las dos:
Y se va, diciendo adiós,
La del sombrero de pluma.

¡Se va allá, donde ¡muy lejos!
Las aguas son más salobres,
Donde se sientan los pobres,
Donde se sientan los viejos!

Se fué la niña ajugar,
La espuma blanca bajó,
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar.

Y cuando el Sol se ponía
Detrás de un monte dorado.
Un sombrerito callado
Por las arenas venía.

Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar; ¿qué es lo que tiene
Pilar, que anda así, que viene
Con la cabecita baja?

Bien sabe la madre hermosa
Por qué le cuesta el andar;
-«¿Y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos de rosa?

-«¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Dí, dónde, Pilar!» -«Señora-
Dice una mujer que llora-,
¡Están conmigo; aquí están!»

-«Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto obscuro,
Y la traigo al aire puro
A ver el Sol, y a que duerma.


«Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto:
Me dió miedo, me dió espanto,
Y la traje, y se durmió.

«Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando;
Y yo mirando, mirando
Sus piesecitos desnudos.

«Me llegó al cuerpo la espuma,
Alcé los ojos, y ví
Esta niña frente a mí
Con su sombrero de pluma.

«¡Se parece a los retratos
Tu niña» -dijo-. «¿Es de cera?
¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?

-«Mira: ¡la mano le abrasa,
Y tiene los pies tan fríos!
Oh, toma, toma los míos;
Yo tengo más en mí casa!»

«No sé bien, señora hermosa,
Lo que sucedió después:
¡Le ví a mi hijita en los pies
Los zapaticos de rosa!»

Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa;
El aya de la francesa
Se
quitó los espejuelos.

Abrió la madre los brazos.
Se echó Pilar en su pecho,
Y sacó el traje deshecho,
Sin adornos y sin lazos.

Todo lo quiere saber
De la enferma la señora:
¡No quiere saber que llora
De pobreza una mujer!

-«¡Si, Pilar, dáselo! Y eso
También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo:
Le dio el clavel, le dió un beso.

Vuelven calladas de noche
A su casa del jardín,
Y Pilar va en el cojín
De la derecha del coche.

Y dice una mariposa
Que vió desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos de rosa.

La Edad de Oro. LA PERLA DE LA MORA

Una mora de Trípoli tenía
Una perla rosada, una gran perla,
Y la echó con desdén al mar un día:
-«¡Siempre la misma! ¡Ya me cansa verla!»

Pocos años después, junto a la roca
de Trípoli... ¡la gente llora al verla!
Así le dice al mar la mora loca:
-«¡Oh mar! ¡Oh mar! ¡Devuélveme mi perla!»

La Edad de Oro. LOS DOS PRINCIPES

 

El palacio está de luto
y en el trono llora el rey,
y la reina está llorando
donde no la pueden ver:
en pañuelos de olán fino
lloran la reina y el rey:
los señores del palacio,
están llorando también.
Los caballos llevan negro
el penacho y el arnés:
los caballos no han comido,
porque no quieren comer:
el laurel del patio grande
quedó sin hoja esta vez:
todo el mundo fué al entierro
con coronas de laurel:
-¡El hijo del rey se ha muerto!
¡Se le ha muerto el hijo al rey!

 

 

En los álamos del monte
tiene su casa el pastor:
la pastora está diciendo
«¿por qué tiene luz el Sol?»
Las ovejas, cabizbajas,
vienen todas al portón:
¡una caja larga y honda
está forrando el pastor!
Entra y sale un perro triste:
canta allá dentro una voz:
«¡Pajarito, yo estoy loca,
llevadme donde él voló!»
El pastor coge llorando
la pala y el azadón:
abre en la tierra una fosa;
echa en la fosa una flor.
-¡Se quedó el pastor sin hijo!
¡Murió el hijo del pastor!

La Edad de Oro. DOS MILAGROS

Iba un niño travieso
Cazando mariposas;
Las cazaba el bribón, les daba un beso,
Y después las soltaba entre las rosas.

Por tierra, en un estero,
Estaba un sicomoro;
Le da un rayo de sol, y del madero
Muerto, sale volando un ave de oro.